Cuando
nacimos como especie, éramos tan frugales y poco desperdiciados como los demás
animales que nos acompañaban en este planeta. En aquel entonces éramos
cazadores y recolectores y no dejábamos nada a nuestro paso: todo era
aprovechable. Hasta los huesos de los animales cazados eran rotos a pedradas
para usar el tuétano, una inmejorable fuente de proteína. Siendo nómadas, el
llevar poco equipaje era de rigor, de manera tal que había poco o nada que
pudiera considerarse prescindible.
Las
cosas cambiaron notablemente cuando alguno de nuestros antepasados sumó dos más
dos, y cayó en la cuenta de que una semilla que tiempo atrás había escupido, se
había convertido en una planta comestible. No sé cuánto tiempo habrán escupido
semillas por todos lados, pero de esa forma descubrieron la agricultura: por
primera vez, para alimentarse el hombre no dependería del azar, el deambuleo y
las erráticas costumbres migratorias de los bisontes.
Claro
que ello tuvo otras consecuencias. La más importante, que para sembrar, regar,
cuidar y cosechar, había que permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Si las
condiciones eran ideales, de hecho, se trataba de quedarse permanentemente en
el sitio. Ello implicaba la construcción de viviendas con materiales poco
perecederos.
El
primero tiene que ver con el éxito del fenómeno agrícola: la relativa
certidumbre de que se tendría alimento para el futuro, determinó que más y más
gente se dedicara a lo mismo. ¿El resultado? Que las comunidades sedentarias
empezaron a crecer, y con frecuencia esa expansión no correspondía a miembros
de la misma familia, clan o tribu.
De
los desechos de otro tipo se disponía también según el ambiente y necesidades
de la colectividad. A partir de cómo se hacían cargo de sus basuras, se ha
desarrollado toda una rama de la arqueología: ya existen especialistas en
determinar hábitos, costumbres, alimentación y hasta tendencia a fallar penaltis
entre las culturas antiguas sólo a partir del tipo de desechos, la ubicación de
los basureros y la forma que tenían de lidiar con ellos.
Pero por ahí del siglo XVIII llegó la mayor transformación civilizatoria de los últimos milenios: la Revolución Industrial; y con ella cambios tan abismales como los ocurridos con el paso del nomadismo a la sedentarización. Por primera vez se pudieron crear bienes, herramientas, enseres y armas de manera rápida y masiva. La camisa de algodón que tardaba semanas en su producción, de la pizca manual del capullo al despepite manual del mismo al cardado, hilado, tejido, cortado y ensamblado manuales de la tela y la camisa, ahora podía elaborarse en días. El caldero de hierro que el artesano tardaba días en hacer, ahora era fabricado en minutos. De pronto, el cielo era el límite en términos de a qué podía tener acceso un mundo que, en parte por el mismo fenómeno, se fue haciendo más chiquito y más poblado.
Ahora
bien, cabe hacer notar que durante milenios la basura como tal era más bien
escasa. Y es que aunque el sedentarismo había cambiado las circunstancias, la
vida humana. Los recursos eran magros, la escasez frecuente y los desastres
(naturales y humanos) imprevisiblemente presentes. No se desperdiciaba nada
porque resultaba difícil hacerse de cualquier cosa, ya fuera de uso cotidiano o
de aparente lujo. Un campesino europeo o hindú o novohispano del siglo XVII, el
de Hobbes, podía aspirar a tener menos de una decena de cambios de ropa en su
vida. En la existencia de buscones, pícaros y periquillos que nos narra la
literatura castellana del XVI al XIX, no hallamos que anden buscando comida en
la basura, porque nada comestible iban a encontrar en ella.
Pero por ahí del siglo XVIII llegó la mayor transformación civilizatoria de los últimos milenios: la Revolución Industrial; y con ella cambios tan abismales como los ocurridos con el paso del nomadismo a la sedentarización. Por primera vez se pudieron crear bienes, herramientas, enseres y armas de manera rápida y masiva. La camisa de algodón que tardaba semanas en su producción, de la pizca manual del capullo al despepite manual del mismo al cardado, hilado, tejido, cortado y ensamblado manuales de la tela y la camisa, ahora podía elaborarse en días. El caldero de hierro que el artesano tardaba días en hacer, ahora era fabricado en minutos. De pronto, el cielo era el límite en términos de a qué podía tener acceso un mundo que, en parte por el mismo fenómeno, se fue haciendo más chiquito y más poblado.
Con la Revolución Industrial vino la gran explosión
en la generación de basura, por dos razones: los procesos industriales generan
escorias y desechos en una escala muchísimo mayor que los artesanales. Y
además, siendo los productos más accesibles y baratos, la tentación de echarlos
a la basura cuando se dañaban o dejaban de funcionar correctamente, se volvía
mayor.
Por supuesto que, en muchas partes del mundo, y ya
en este siglo XXI, existen numerosas comunidades que no se pueden dar el lujo
de desperdiciar nada, y de hecho reciclan en su provecho la basura de
sociedades más prósperas.
bUENISIMO EL RESUMEN DE ESTOS ANCEDENTES.
ResponderEliminarme apesta el pico xD
ResponderEliminaro si que rico nena <3
sdafdsfs